Mirada Retrospectiva

Apéndice: Mirada Retrospectiva

“La bella ciudad de San Juan ha sufrido grandes descalabros; no por la acción del tiempo y de los elementos, sino por la torpe mano del hombre. Desde el empalme de la calle San Agustín con la Avenida Ponce de León hasta frente al Ateneo, había en el lado sur de la Avenida, una hilera de robustos y hermosos almendros inclinados hacia el Sur por la acción del viento, que fueron plantados en lejanos días de la dominación española.

Aquellos hermosos almendros de robustos y nudosos troncos coronados por un penacho de hojas grandes y verdes matizadas de rojo de vez en cuando, cierto día el hacha homicida cayó sobre sus troncos derribándolo. No sé qué obedeció semejante acción; pero entonces vinieron a mi memoria los versos de aquel astro de las letra y benefactor de la niñez hoy casi olvidado, don Manuel Fernández Juncos, que decían: ‘Ama y venera los árboles, no los hieras, no los cortes’. Los libros de lectura de don Manuel Fernández Juncos encierran grandes enseñanzas. Yo también bebí en las claras y puras aguas de su pensamiento.

Frente al ‘YMCA’ habían dos magníficos pilares. ¿Por qué no se removió uno de ellos para permitir el ensanche de la Avenida? Caminando hacia San Juan llegamos a la plaza de Colón. La plaza de Colón era un cuadrilátero inclinado hacia el sur levemente. En su centro se levantaba el hermoso monumento a Colón con su pedestal de granito que le daba tanto realce. Hoy día, ese pedestal está incrustado en la fea plazoleta que se levantó después allí restándole al monumento, todo su esplendor.

¿Y qué dicen del derribo de las murallas en los últimos días de la dominación española y que se llevó a cabo con grandes fiestas? Diz que para permitir el ensanche de la ciudad, ¿había necesidad de hacer tal cosa? Hoy día, nuestra bella San Juan sería una ciudad medieval amurallada; y que constituiría la atracción turista. Con el derribo de las murallas se perdieron garitas y aquellas dos bellas puertas, la de San Justo y la de la Tanca, que un culto amigo mío me dijo una vez que habían sido diseñadas por un discípulo de Leonardo Da Vinci. Aunque él más tarde desmintió semejante aseveración, esto quiere decir que aquellas puertas fueron hábilmente diseñadas por un magnifico arquitecto de tiempos de España.

Quien haya vivido en aquellos días, en aquellos últimos días de la dominación española, debe recordar el sitio que media entre el desembarcadero de los botes en la dársena ya desaparecida, y las puertas a que hago referencia; y sobre todo en aquel guarapero poeta, que pregnaba su guarapo en versos. Aquel viejito de aire marcial lanzaba una estridente nota con su corneta y después entonaba su pregón en versos: “Guarapo fresco de San Antón, mi guarapo tiene hielo, no tiene composición. Guarapo fresco de Coradonga. Dio bendiga la niña que lleva puesta la boina. Guarapo fresco del otro lao, Dios bendiga la muchacha que lleva el moño parao.”

Desde la penitenciaría de la Princesa, hasta muy cerca de aquel sitio donde había cuatro estatuas que simbolizaban las estaciones, había un bello jardín de planta tropicales y hermosos árboles y que los mismos reclusos cultivaban y cuidaban. En esta muralla que separa la Marina con el casco de San Juan, había una hermosa garita que todo el que cruzaba la bahía, tenía que ver, porque ‘!cuidado que era bella aquella garita!’

Cerca del empalme de la calle de Tetuán con el Recinto Sur, se levantó allí un edificio. La garita fue derribada. Diz para que no quitara la vista al edificio. !Qué barbaridad! Hablando de garitas, viene a mi memoria la garita del diablo, alrededor de la cual se tejen románticas leyendas. Me dicen que al restaurarla se hizo de nuevo. ¿Para qué? Recuerdo la emoción que puso en sus palabras aquel escritor poeta, don José Pérez Lozada, cuando me pedía que le hiciera un dibujo de esa garita, tan sutil, tan delicada. Está bien que se restaurara la muralla socavada por la acción de las olas del mar, pero la garita debió permanecer como estaba. Era un eco del pasado. El tiempo, que es un artífice, cinceló

esa garita en piedra. Cronos, antes de devorar a sus hijos, los embellece. Sí, yo amo las ruinas y todo lo pasado. No sé por qué, el tiempo y la distancia, idealizan los recuerdos y en las cosas sucede lo mismo. No riais por lo que voy a decir pero encuentro bellas las arrugas y canas de los ancianos. Son la expresión de la madurez del juicio. Me imagino que la garita tuvo su origen en el pueblo romano. Desde la antigua Bizancio hasta la península ibérica, los romanos debieron construir en sus fortalezas esas garitas como la expresión de sus conquistas y poderío. Los españoles la trajeron a América y nosotros contamos con un buen número de ellas. Debemos conservarlas.

Siendo yo un humilde delineante en el Departamento del Interior, se me encomendó la tarea de sacar una réplica en papel de una lápida que hay en el llamado ‘Pozo del Chino’. Este pozo queda en la muralla norte, de las murallas que circundan los jardines de la Fortaleza. Allí muy cerca del ángulo que forman esas murallas y en donde se levanta airosa una bellísima garita, hay un semicírculo enrejado. Si se mira a través de ese semicírculo, se verá en la muralla del fondo una lápida bastante grande de terracota con letras clásicas en alto relieve hechas con cierto descuido y que dicen en su principio así: ‘Siendo gobernador de esta plaza don Juan Sánchez de Ochoa, se construyó esta fuente llamada Fuente de Ochoa en 1601’. Pues bien, el Club Cívico de Damas, cuya presidenta honoraria era Mrs. Towner, tuvo el noble propósito, pero muy equivocado a nuestro juicio, de sustituir esa placa de terracota, por otra de bronce. Yo iba a ser cómplice involuntario de ese crimen, pero afortunadamente, la placa de bronce costaba mucho dinero y el proyecto no se realizó.

La ciudad de San Juan vista desde la bahía o desde Cataño, ofrecía un aspecto maravilloso. La policromía de sus casas, el ocre de sus murallas, y la variedad de tonalidades que había en el conjunto, luego la bahía, con los transatlánticos españoles surtos en el puerto, alrededor de los cuales revoleaban blancas gaviotas, los botecitos que cruzaban la bahía de velas latinas, todo aquello le daba cierto aspecto encantador. Y hasta yo que no soy poeta, me sentí poeta....”

© 2013 Rodrigo Fernós / Gonzalo Fernós Maldonado y el Espacio para la Ciencia en Puerto Rico (2013)